viernes, 1 de marzo de 2013

Antigona

Una de las lecciones más utilizadas por los filósofos al hablar de justicia y valides de las normas jurídicas es la tragedia griega de Antigona, escrita por el dramaturgo helénico Sófocles. Antigona, la hija menor del rey Edipo, regresa a la ciudad donde nació al enterarse que su hermano murió en batalla intentando recobrar el trono que su tio, Creonte, les había usurpado.


En la ciudad, siguiendo las ordenes del rey Creonte, no se podía enterrar a ninguno de los traidores, so pena de muerte en contra de quien se atreviera a desobedecer tal orden real. A pesar de ello, la joven Antigona decide ir a la ciudad a dar justa sepultura a su hermano, guiada por preceptos que ella consideraba con más valor, como lo es el aspecto espiritual y moral, ya que en caso de no dar sepultura a su hermano, su espíritu inmortal vagaría eternamente en la tierra.

Antigona, decidida a desacatar la orden que ella consideraba injusta, burla una y otra vez a los guardias para sepultar a su hermano en la superficie de la tierra donde yacía muerto, sin embargo, al ser descubierta, es llevada ante la presencia de su tio, quien tras oir las gallardas y altivas palabras de su joven sobrina, la condena a beber la cicuta, ya que el esgrime que la justicia solo recide en la palabra estricta de las leyes impuestas por los gobernantes, a los gobernados solo les queda acatar lo que el legislador señala, sin importar las transgresiones éticas o religiosas que conlleve.

La tragedia se vuelve peor cuando el hijo de Creonte, conmovido por la joven Antigona, le pide a su padre que no ejecute dicha disposición y al ver que la pena se actualiza, este decide quitarse la vida. Al encontrar el cadáver del compasivo príncipe  su madre igualmente se ahorca en su recamar para hacer el último viaje al hades.

Es entonces cuando Creonte se da cuenta del error al legislar y ejecutar las leyes de manera autoritaria, conmovido por su propia desgracia.

Con tal tragedia, los filósofos explican que una ley necesita ser justa  en el sentido que no transgreda el orden espiritual o ético, ya que la ley que no se sustenta en la dignidad del ser humano, no tiene un valor intrínseco y por lo tanto no debe de ser acatada.

Sin embargo, como la propia Antigona lo vivió, las leyes al ser establecidas por el órgano competente, mediante las formalidades que se exigen para su formación, se vuelven validas, sin importar si son justas o no, la autoridad las puede aplicar aun en contra del rechazo general.

Es por por eso que este ejemplo es muy usado en las aulas de derecho, ya que a veces lo ideal no va apegado con el deber ser o lo normativo y mientras cumplan las formalidades para su elaboración, deben ser acatadas.



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