miércoles, 22 de mayo de 2013

César Bonesana a su traductor francés

El tratado de los delitos y de las penas de César Bonesana, Marqués de Beccaria es considerado como la pieza fundamental del sistema de impartición y administración de penas de nuestros días. Bonesana era un noble que nació en Milán en 1738, de vida docta y discreta, publica su obra cuando tenía la edad de 26 años, de manera clandestina. Las disputas con su padre por su forma de pensar fueron tan severas que Beccaria es encerrado en una prisión donde vive en carne propia las crueles penas impuestas por el Santo Oficio de la Inquisición católica. El trabajo de César Bonesana aboga por un trato humanitario al delincuente, mediante un procedimiento seguido ante autoridades establecidas previamente,  así como la aplicación de penas que estén señaladas en la ley punitiva.

En este pequeño fragmento que encontré en un libro sobre la obra de Beccaria, el joven humanista expresa de manera abierta sus influencias que lo llevaron a realizar este regalo a la humanidad con el que se inicia el derecho penal tal y como lo conocemos actualmente. La obra es tan vasta que el lector debe de revisarla a detalle, considerando este breve fragmento como un entremés para iniciarse en la lectura del mismo (más si son estudiantes en derecho, para que se inspiren y recuerden el por que el derecho es valioso, y encuentren respuestas en sus momentos de mayores dudas sobre la nobleza de su profesión).

"Debo deciros que tuve ante mis ojos, escribiendo, los ejemplos de Maquiavelo, de Galileo y de Gianone. He oído el ruido de las cadenas que sacuden la superstición y el fanatismo, ahogando los gemidos de la verdad. La contemplación de ese espectáculo espantoso me determinó, a veces, a envolver la luz con nubes. He querido defender a la Humanidad sin hacerme su mártir.

"Lo debo todo a libros franceses. Ellos fueron los que desarrollaron en mi espíritu los sentimientos de Humanidad, ahogados por ocho años de educación fanática. D'Alambert, Diderot, Helvecio, Buffon, Hume son nombres ilustres, que no se pueden oír pronunciar sin conmoverse. Vuestras obras inmortales son mi continua lectura, el objeto de mis ocupaciones durante el día y de mis meditaciones en el silencio de la noche. De cinco años data la época de mi conversión a la Filosofía y la debo a la lectura de Lettres Persannes. La segunda obra que remató la revolución de mi espíritu es la de Helvecio. Es quien me ha inspirado, con fuerza, por el camino de la verdad y quien despertó mi atención antes que nadie, sobre la ceguera y los errores de la Humanidad. Debo a la lectura de LEsprit una gran parte de mis ideas".

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