Un país adicto a la música, a la buena música, adicto al buen pop, al buen rock. Gente que recorre las calles con audífonos, gente que se queda en su casa escuchando música en sus estéreos, en sus computadoras. Las televisiones reproduciendo conciertos a todas horas, nada de política, no más deportes, no más depresión, todos unidos por las vibraciones en el aire, unidos como una gran mente universal recolectando cada valle, cada cresta de toda onda sonora.
Décadas de evolución auditiva, personas que les gusta escuchar, que les gusta hablar, que con ritmo en las palabras lleven a otro nivel la comunicación, entiendan la felicidad, el dolor, la ira sin necesidad de mayor explicación que la sola intensidad de las palabras habladas. Los escritores captarían sonidos, melodías el do, el re, el mi como las nuevas silabas de un alfabeto rítmico.
El ciego, el mudo, el sordo, todos reintegrados al compás de las vibraciones en sus huesos, su esqueleto sera su guía, su órgano principal encargado de llevar sensaciones a su cerebro, todo vibra, todo tiene una intensidad que lo identifica en este nuevo futuro lleno de acústica El aire, el sol, la lluvia, todo identificado con su propio sonido, su propio ritmo.
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