Me levanté temprano hoy sin ganas de hacer nada, escuché un par de canciones y me dispuse a salir al parque a dar una vuelta. Eran algo así de las ocho y media de la mañana, casi madrugada para mi. Me vestí con ropa deportiva, un pantalón ya desgastado pero que aún cumple su función de cubrir mis partes pudorosas y una playera de Alemania que me hace ver como todo un vago, por lo rota y deslavada que esta, aunque es mi favorita, creo que llegó el tiempo de depositarla en el cesto de la basura.
Ya convencido y con llaves en la bolsa me largué. Todo transcurrió normal en mi transito lineal casa-deportivo, la gente apresurada para llegar a sus trabajos, llevar a los niños a la escuela o en espera de tomar el transporte que los lleve a sus destinos. En el parque lo mismo, había gente que se acondiciona para bajar de peso, así como otros que se ve que ya llevan un cierto tiempo entrenando y que pareciera que pueden correr maratones, aunque muchos burlonamente dicen que "se entrenan para poder correr más rápido de la policía". A un costado de la pista donde usualmente yo doy mis paseos matutinos, hay un pequeño edificio acondicionado como gimnasio donde se practica el pugilismo, se puede escuchar el tun tun tun de las peras de boxeo golpeadas de manera repetida e incansable, los gritos airados los entrenadores para animar a los peleadores a derrotar el dolor muscular y la mediocridad, también música que sirve para llevar el ritmo, que va desde los Ramones hasta la popular música grupera.
Normalmente, cerca de ahí, dejan amarrados perros de los que yo llamó "Chatos", que aun con el paso cadencioso de los paseantes siguen mansos y tranquilos. Esta vez todo transcurría normal, sin embargo, en un momento fortuito no vi que un niño de unos doce o trece años tenía en sus manos a un perro PitBull blanco, el cual al notar mi paso rápido, consiguió ganarle cadena a su amo y logró apresar la parte trasera de mi pantalón Solo escuché el quejido de la tela deshaciéndose en las mandíbulas de aquel, en ese breve instante, salvaje animal que por unas centésimas de segundo fue dueño de mi pierna derecha. Con la confusión momentánea después del ataque, logré recomponerme y lo único que puede decir de manera grave y altanera fue "Agarra bien a tu perro cabrón" yo imaginando que se trataba de alguien de mi edad y tamaño, para poder sacar toda la adrenalina en un intercambio de puños, pero resultó ser un niño, quien se disculpó de inmediato, mi furia se aplacó, mi confusión no, tanto así que continué mi recorrido sin darme cuenta de que mi pantalón tenía dos pequeños orificios y un hoyo escandaloso en la parte afectada. La verdad es que estoy feliz de haberme salvado esta vez, la situación no paso a más, pero ahora tengo que pegarle un parche a mi pantalón.
Nota: Los niños se llevaron a su mascota, el cual unos metros después se peleó con otro de su misma raza, de color café, ese perro es agresivo de por si, no creo que sea buena idea llevarlo a lugares públicos ni que esté cerca de los niños, ya en la revista VICE leí un artículo sobre los perros súbitamente agresivos y las graves consecuencias que acarrean.